Limosnas: el pan para hoy

Mi infancia se desarrolló en una tranquila ciudad al centro de Cuba, Cienfuegos. Sus calles, siempre limpias, se fugan como rectas perfectas hasta el horizonte. Una ciudad como esta, solo tenía un par de mendigos locos que se sentaban en los parques y a veces en la puerta de la iglesia. Eran personajes queridos por la gente, por eso les daban monedas y una sonrisa. Al menos así lo veía yo en mi infancia.

Los niños de mi generación crecimos mientras el país se sumía en la más profunda crisis económica de su historia. Recuerdo la primera vez que vi a alguien pidiendo limosna para comer. Eran rostros desconocidos y la gente los miraba con una mezcla de desdén y desagrado. Mientras nosotros, un pequeño grupo de adolescentes haciendo cola en la hamburguesería, contábamos nuestras monedas. En aquel momento simplemente no parecía que tuviéramos algo que compartir. Sentí vergüenza, vergüenza ajena. 

limosnas pan para hoy

 

Deja tu limosna siempre que puedas

La Habana se me desveló real y dura cuando comencé a caminarla de modo independiente, sin mis padres, sin el coche que te aísla, sin transitar por las grandes avenidas. Ver la mendicidad en la capital me impresionó profundamente. La gente no sólo pedía para comer, sino que vivían en los parques, dormían en los bancos y se cubrían con periódicos viejos con fotos de Fidel y pancartas políticas.

En la calle Obispo podías ver cómo pululaban personajes míticos como aquel inolvidable Caballero de Paris. En la puerta de los restaurantes se sentaban, con sus laticas en mano, montones de farsantes alcohólicos y hasta mujeres con niños. Mi padre esquivaba a todos, pero donde había un inválido, un enfermo con una figura del Milagroso San Lázaro, mi padre siempre dejaba, y siempre deja, su limosna.

Pidiendo limosnas

La única vez que lo he visto darle monedas a un hombre sin imagen de San Lázaro, estábamos en la entrada de El Carmelo, en el Vedado. El hombre cogió la moneda de un peso cubano y le dijo a mi padre: “¿Esto na`ma?”.

Yo me indigné y mientras nos alejábamos le dije a mi padre. “¿Por qué haces eso papi? No te das cuenta de que es pan para hoy y hambre para mañana. No les resuelves el problema, los hundes más en la dependencia. Mi padre me miró y me dijo: “Éste es un alcohólico ingrato, pero los otros son enfermos, gente que no puede mantenerse, gente devota que hoy necesita el pan. Mañana… mañana será otro día. Tú no sabes, ninguno de nosotros sabe, dónde estará mañana”.

Giges Autor

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