El ciclo de la vida
Hoy le leía a mi hija un pasaje de un hermoso libro de fantasía. En el texto se planteaba la siguiente interrogante: ¿Por qué he de morir cada noche? – preguntó el león. A lo que el niño protagonista del libro respondía: Porque cuando mueres nace Perelín, la selva nocturna, el bosque luminoso y él también muere cada vez que sale el sol, para que renazcas tú, que eres luz y fuego.
Miré a mi hija y le pregunté si entendía de qué iba aquello que leíamos. Ella me respondió con la simplicidad y sabiduría infantil: “creo que… del día y la noche… de la vida y la muerte, y de muchos colores por todas partes”. Yo sonreí con su respuesta, tragué en seco y no pude soltar todo el discurso que había preparado para explicarle que su perra, un labrador color chocolate de ojos muy verdes, ha muerto en Cuba esta semana.
Las mascotas familiares
No todas las familias tienen mascotas. A veces se da el caso de que crecemos sin apego a los animales, ya sea por cuestiones de espacio vital en los apartamentos modernos, por razones económicas o porque simplemente a nuestros padres no les gustan. Pero cuando uno de los padres es devoto del Milagroso San Lázaro, lo más probable es que quiera que sus descendientes crezcan y se eduquen en el amor a los animales, especialmente en el cariño y respeto a los perros.
En la infancia un perro es compañía y juego, pero si los padres somos inteligentes, tener mascotas se vuelve una experiencia maravillosa para inculcar en nuestros hijos valores como la responsabilidad y el respeto al otro, aunque ese otro sea un ser indefenso.
El Milagroso San Lázaro siempre iba acompañado de sus perros, por lo que se le considera protector de estos animales. Y yo, no dejo de pensar en esas miles de razones pedestres por las que nuestra perra no podía acompañarnos en nuestros viajes por el mundo. Concédeme Milagroso San Lázaro la dicha de acogerla en tu manada. Concédeles a mis lectores la gracia de amar a un perro.